13 de septiembre de 2007

Supongamos

Supongamos que el gobierno de Venezuela nos hubiera entregado, a cada uno de los venezolanos, nuestro cheque anual proveniente de los fondos que sobran de los ingresos petroleros después de asegurar que PDVSA tenga suficiente con qué cubrir todos sus gastos y necesidades de inversión y que este año debería ser como unos dos mil dólares.

Supongamos entonces que al presidente de turno se le ocurra pedir que cada uno de nosotros le devolvamos unos 350 dólares para que pueda seguir subsidiando con gasolina regalada unos 3.000 dólares anuales por vehículo.

Supongamos entonces que al presidente de turno se le ocurra pedir que cada uno de nosotros le devolvamos unos 200 dólares para que pueda seguir regalándole dinero a otros países, para hacerse publicidad a su propio nombre.

Supongamos entonces que al presidente de turno se le ocurra pedir que cada uno de nosotros le devolvamos al Estado unos 100 dólares para comprar armas, como aquellos instrumentos de la muerte Kalashnikov que son entregados a algunos de nuestros vecinos, sin siquiera saber quiénes son ni mucho menos haber asegurado que estén mentalmente aptos para portar cualquier tipo de arma, así sea una china.

Supongamos entonces que al presidente de turno se le ocurra pedirnos que le devolvamos al Estado el resto de nuestro dinero, los 1.350 dólares, para hacer con esos recursos lo que se le ocurra.

Y supongamos que fuésemos hacerle caso… ¿qué diría esto de nosotros los venezolanos? ¿Que somos idiotas?

Está en los planes actuales de Venezuela producir unos 5 millones de barriles diarios de petróleo y que de obtener neto 60 dólares por barril representaría unos 4.200 dólares anuales para cada uno de los 26 millones de venezolanos.

Supongamos entonces que al presidente de turno se le ocurre introducir una propuestilla de constitución donde nos pide ratificar nuestra voluntad de entregarle todo nuestro dinero directamente al Estado, para ahorrarse la molestia de tener que pedir.

Supongamos entonces que esa propuestilla propone además que, para permitirle al presidente poder disponer de todos los fondos sin tener que pedirle permiso a nadie, se sitúe todas “las reservas internacionales de la República… bajo la administración del Presidente”.

Supongamos entonces que esa propuestilla, para facilitarle la vida al presidente para el caso que los fondos no le alcancen para sus ocurrencias, le quita la autonomía al Banco Central de Venezuela y coloca la maquinita de imprimir dinero bajo el control directo del administrador de la Hacienda Pública, o sea, él mismo.

Supongamos entonces que tras nueve años con este presidente de turno ya sabemos a ciencia cierta que él se considera a sí mismo no sólo el administrador de la Hacienda Pública sino más bien el dueño de la Hacienda Bolivariana de Venezuela.

Y supongamos entonces que fuésemos a aprobarle al ocurrente su propuestilla constitucional ¿qué diría esto de nosotros los venezolanos? ¡Exactamente! ¿Dónde nos recluyen?

Amigos, a nuestra querida Venezuela no la podemos reencontrar en la senda donde la perdimos sino que tenemos que buscarla donde queremos que llegue a encontrarse y, para ello, por favor, no le demos el gusto a quienes disfrutan, gozan y ganan con que nos odiemos.