19 de julio de 2000

La Pdvsa que yo quiero.

Hace poco escribí un articulo titulado “La Electricidad de Caracas que yo quiero”, A sabiendas de mi interés y mi actitud algo crítica con respecto al manejo del petróleo, un amigo me preguntó ¿Y cómo es, la PDVSA que tú quieres? Lo que sigue, es una respuesta parcial. 
LA PDVSA que yo quiero, debe ser administrada por unos venezolanos que, aún haciendo carrera corporativa, estén profundamente compenetrados con el sentimiento de estar haciendo una gran labor patria de inmenso significado fiduciario, como es la de administrar sabiamente la bendición petrolera en favor de las actuales y de las próximas generaciones de venezolanos. 
La PDVSA que yo quiero, tendría como horizonte empresarial el hacer todo lo necesario, para asegurar el máximo ingreso neto posible para el país, por la venta del petróleo, pero siempre considerando a tal fin, de que se trata de la venta de un activo no renovable. 
La PDVSA que yo quiero, debe saber que se diferencia de las demás petroleras tradicionales del mundo. Mientras que éstas pueden satisfacer a sus accionistas sencillamente produciendo un margen neto, que puede ser el mismo así esté el barril de petróleo a US$ 10 o a US$ 30, PDVSA debe maximizar los ingresos netos de la Nación. 
La PDVSA que yo quiero, debe ser una experta en explorar, extraer y refinar el petróleo, para así situarlo a la orden del mercado de la forma más eficiente, pero, de la misma manera, debe ser experta en no diluir sus ganancias, acometiendo actividades no estrictamente necesarias, ni para las cuales su estructura de empresa pública se adapta. 
La PDVSA que yo quiero, no debe divulgar argumentos falsos, tales como la extrema importancia que ha de tener la "participación del mercado" en la realización de nuestras ganancias petroleras. El petróleo es un bien genérico, un commodity – nadie revisa el tanque de su auto para ver si le están poniendo Shell, Mobil o PDV. Si queremos vender el petróleo por debajo de su precio en el mercado, podemos aspirar a un 100% del mercado y si lo vendemos por encima, a un 0%. 
La PDVSA que yo quiero, no promueve estupideces tales como la Apertura, que abre paso a terceros para que inviertan en la actividad productiva estratégica, mientras dedica sus propios y escasos recursos a remodelar gasolineras – so pretexto de defender su participación de mercado - como si los de Kuwait estuviesen próximos a mercadear su gasolina en Las Mercedes - y obteniendo al final como único logro una mayor participación en el mercado de cotufas. 
La PDVSA que yo quiero, opera sin impuestos y entrega, vía dividendos, sus ganancias al Fisco. La actual estructura fiscal, con impuestos del 67%, hace que para PDVSA el costo real después de impuestos de un gasto de 1.000, resulta en solo 333, ya que los otros 666 son absorbidos por el fisco por la vía de recibir menos impuestos – y esto simplemente no puede propiciar el clima de austeridad, que debe prevalecer en una empresa del Estado. 
La PDVSA que yo quiero, actúa en función de toda nuestra realidad energética y no sólo en función del petróleo. 
La PDVSA que yo quiero, no monta sus propios institutos educativos para elevar la autoestima de los miembros de un club de mutua admiración, dictando cursos en una serie de materias y tópicos ya cubiertos por otras instituciones. 
La PDVSA que yo quiero, destina un porcentaje de sus ganancias a un Fondo de Desarrollo Energético (FDE), a ser administrado en forma independiente de PDVSA, para financiar y promover el estudio y las inversiones, en áreas criticas para la defensa del petróleo y de las demás fuentes de energía. Entre las áreas a ser cubiertas por el FDE, deberían encontrarse, entre otras, las amenazas que surgen de restricciones ambientales e impuestos ecológicos, así como las oportunidades presentes en el desarrollo de nuevas fuentes o formas de almacenar energía. 
La PDVSA que yo quiero, no ignora el hecho de que los países consumidores aplican gigantescos, discriminatorios y cada vez más crecientes impuestos a los derivados del petróleo, sino que siendo la que da la batalla del día a día, le informa y le exige a sus autoridades actuar en la materia. 
La PDVSA que yo quiero, no se hace eco de un falso ambientalismo que permite castigar el consumo del petróleo con aranceles superiores al 400%, mientras que al carbón, fuente energética mucho más contaminante, se le aplica un 0% de impuestos y hasta recibe subsidios de producción, como por ejemplo en España y Alemania. 
La PDVSA que yo quiero, jamás se le hubiese ocurrido sugerir aumentar la producción cuando, por ejemplo en Europa a finales de 1998, los productos derivados de un barril petrolero se valorizaban en más de US$ 130, no obstante que el precio del barril era sólo de US$ 8, que casi no cubría su costo de producción. 
La PDVSA que yo quiero, no se encierra en su propio mundo, por el contrario asume su responsabilidad de ser uno de los principales actores del desarrollo económico venezolano. 
La PDVSA que yo quiero, sabe que para maximizar los resultados de su gestión comercial energética, requiere de armas geopolíticas, como la OPEP, y que, para desarrollar tales armas, no puede permitirse la indiferencia del pueblo de Venezuela, sino que requiere de estimular su activa participación. 
La PDVSA que yo quiero, habría logrado convocar a todos los venezolanos a protestar ante la decisión de la Florida, estado al que tanto beneficiamos, cuando éste esgrimiendo razones ciertamente dudosas, prohibió el uso de la Orimulsión. 
La PDVSA que yo quiero, no es arrogante, ni mucho menos el feudo de nadie.

4 de julio de 2000

La punta del iceberg

Año tras año, los países consumidores han castigado a los derivados del petróleo con impuestos, cada vez mayores, elevando así sus precios relativos a nivel del consumidor, reduciendo la demanda por el crudo y, obviamente conformando una de las principales razones por las cuales el índice del precio del petróleo, en términos constantes, evolucionó de un 100% en 1980 a un mísero 18% para 1998.
Llevo varios años y como 50 artículos informando y protestando sobre lo anterior junto con un grupo de amigos que me acompañan. Aún cuando nuestros planteamientos han sido acogidos con mucho interés, especialmente por las nuevas autoridades del Ministerio de Energía y Minas, es sólo durante las últimas semanas que los actores tradicionales del sector han comenzado a ventilar el problema ante la opinión pública.
Hace poco, un articulista, reconocido como uno de los principales expertos petroleros, describió el problema y recomendó, como tantas veces lo hemos sugerido, que la OPEP tomase una actitud más decidida en relación con tales impuestos. Mis amigos inmediatamente me llamaron felicitándome, por cuanto, según ellos, al fin veían evidencia de que la siembra estaba dando resultados y que los esfuerzos no eran tan quijotescos, como habían llegado a creer en ciertos momentos de natural desesperación.
A mis amigos y a todos que me hayan oído predicar sobre el tema les respondo, ¡Sí estoy feliz de que al fin se esté generando una firme opinión pública en contra de estos impuestos – pero, por favor - no bajen la guardia - los impuestos sólo son la punta del iceberg de nuestro problema como país petrolero! 
Nuestro verdadero problema (y el de la OPEP en general) reside justamente en que haya sido posible, que un problema como el descrito, y que tanto nos afecta, haya podido desarrollarse frente a nuestras propias narices y durante décadas, sin que nadie se ha enterado, ni mucho menos protestado. Hace poco menos de un año, al mismo experto a quien antes me referí, le hice una pregunta sobre el tema durante un foro, recibiendo una despreocupada respuesta de; “¡Chico! No sabía que los impuestos eran tan altos”.
Como ya comenté, llevo años preocupado sobre este tema, hasta el punto de que incluso, mucho antes de iniciar mi batalla campal de alerta en contra de los impuestos petroleros, ya había cuestionado públicamente la naturaleza de nuestra relación, como país, hacia el petróleo. A continuación, me he permitido resumir algunas de mis reflexiones.
¡Qué extraño que un país, que tiene días festivos para celebrar todo tipo de eventos y actividades, no tenga el Día del Petróleo para celebrar lo que en otras culturas seguramente hubiese sido reconocido como un legado de Dios!
¡Qué extraño que en un país donde sabemos que el petróleo no dejará de tener vigencia por décadas, todo programa económico que se respete, comience con una declaración, casi esquizofrénica, referente a la necesidad de prepararnos para el día que no tengamos petróleo! Lo anterior siempre me ha parecido algo similar a un talentoso corredor, con potencialidad de ganar los 100 metros planos en las olimpíadas, que desperdicia su carrera, ejercitando sólo sus brazos, para enfrentar el día en que no pueda correr.
¡Qué extraña es la forma como nosotros, que sufrimos de lo que he denominado como obesidad energética (petróleo, gas, carbón, hidro - en inmensas cantidades) solicitemos y confiemos en consejos sobre el cómo manejar nuestra política energética de expertos, que provienen de países con anorexia energética!
¡Qué extraño como aceptamos nuestra responsabilidad ambiental, aún cuando las cuotas de sacrificio son injustamente distribuidas, al cargar todo el peso sobre el petróleo y nada sobre otras fuentes energéticas más contaminantes como el carbón!
¡Qué extraña es la forma como frecuentemente, de manera despectiva, se relaciona al petróleo con un amoral modelo rentista o, simplemente, se le identifica como el excremento del diablo!
¡Qué extraño lo poco que, en términos relativos, educamos a nuestros hijos sobre el petróleo!
El experto petrolero, en su artículo antes referido, menciona el hecho cierto de que en Francia, de la gasolina, los productores reciben el 11%, las empresas el 12% y el gobierno el 77% y dice "Si cualquier país "encareciera" la importación de petróleo de otro país, aplicando un arancel de 77% sobre su precio, eso sería considerado una barrera comercial al libre comercio". ¡Qué extraño que ese experto, aún teniendo toda la información en sus manos, se rehuse a aceptar el verdadero alcance de tales impuestos! El arancel, que siempre se calcula sobre el valor de importación, no es de 77%, sino que representan un mínimo de 233%, si se calcula sobre la base de los 77 que recibe el fisco en relación al precio total de 33 por el producto sin impuestos, o un bochornoso 642%, de calcular lo que representa los 77 del fisco con respecto a los 12 que recibe el productor. Es decir, nuestro experto, a pesar de haber transcurrido un año desde nuestro encuentro, todavía sigue sin saber cuan altos son los impuestos. 
¡No! Nuestro problema como país petrolero no son los impuestos, como tampoco su solución es el haber descubierto el tema. Nuestro problema de fondo es la indiferencia, la ingratitud, la irresponsabilidad fiduciaria y la falta de nacionalismo con que tratamos a nuestro principal recurso. Si no sabemos defender a nuestro país con el petróleo… ¿a quién se le ocurre la posibilidad de que sepamos defenderlo mañana, sin el petróleo?
A mis amigos, cuando me llaman, les digo; ¡SI! Estoy feliz, por el hecho de que se comience a tomar conciencia nacional (y en la OPEP) sobre el problema de los impuestos. No obstante, mi felicidad es parcial. Para estar tranquilo de verdad, me gustaría una evidencia de que el país haya tomado conciencia real sobre el significado del petróleo, logrando quizás, por ejemplo, convocar a unos cuantos millones de ciudadanos, a una Misa de agradecimiento en la Carlota.
He quedado convencido de que el petróleo, como tantas otras cosas, resulta demasiado importante para quedar en manos de los expertos y, en tal sentido, sin duda que la sociedad civil tiene una clara responsabilidad de actuar. Estoy seguro de que el hecho de ser ajeno al sector y no tener conocimientos específicos, puede hasta ser una ventaja. No sólo por aquello de que no poder ver el bosque por ver los árboles, sino que además, en la defensa de nuestros intereses, nos encontramos menos limitados por compromisos con paradigmas falsos. 
Llevo conmigo una copia de una proverbio, que un amigo encontró en un libro de Shunryn Suzuki, que dice algo así “En la mente del aprendiz hay muchas posibilidades, en la del experto pocas ….. el verdadero secreto es siempre ser un aprendiz
Publicado en El Universal 4 de Julio de 2000